Franquicias de izquierda




EL MONTONERO/Dante Bobadilla  -Ahora resulta que la izquierda también es dueña de la democracia. Ellos determinan quiénes tienen “credenciales democráticas”, pues ellos mismos las otorgan o deniegan. Cada cosa que hace la izquierda es “democrática”. Si dialogan, es un “diálogo democrático”. Si marchan, es una “marcha democrática”. Si protestan, es una “protesta democrática”. Ahora parece que al fin jurarán “democráticamente” ante Kenji Fujimori, a quien habían vetado, sin duda también “democráticamente”. Es sorprendente ver cómo cada vez que Verónika Mendoza abre la boca le sale la palabra “democráticamente”.
Hay un dicho que dice: “dime de qué presumes y te diré qué te falta”. Este aforismo le cae como anillo al dedo a la izquierda. Su estrategia de apropiarse retóricamente de cada frase y concepto liberal viene de muy lejos, de la escuela soviética y de la KGB. No en vano tuvieron el cuajo de denominar a la Alemania comunista como “República Democrática Alemana”, tras el reparto de la Segunda Guerra Mundial. Ahora mismo la dictadura comunista de Corea del Norte, en manos de la dinastía Kim desde hace setenta años, se llama oficialmente “República Popular Democrática de Corea”. Esto demuestra que la izquierda socialista, comunista, ambientalista, roja, verde, con hoz y martillo o con florecitas primorosas como símbolo, manosea la palabra democracia a su antojo y conveniencia, sin cuidado del sentido real que encierra políticamente. La usan como maquillaje para ocultar su rostro de tiranos.
La estrategia de la izquierda mundial no se basó únicamente en la lucha armada para imponer su dominio, sino también en la arremetida cultural contra la sociedad libre. El marxismo, como ideología delirante que era, identificó cada rasgo de la cultura occidental vinculándolos al odiado capitalismo y, por tanto, se propuso combatirlos mediante una contracultura orientada a destruir valores como la familia, la identidad de género, la religión, el nacionalismo y hasta la identidad cultural, incorporando conceptos vagos como multiculturalismo, mundo multipolar, diversidad, nuevo orden, etc. Se adueñó de los conceptos propios del mundo libre para prostituirlos.
Así fue como las tiranías comunistas pasaron a ser “democracias participativas”. La subversión del orden democrático y legal a través de la guerrilla y el terror eran expresiones de “lucha democrática en defensa del pueblo”. Todos los terroristas lanzaban discursos en los que animaban a los jóvenes a luchar por la conquista de una “verdadera democracia”, en reemplazo de la “democracia burguesa” que despreciaban; mientras que otros apostaban, y aún apuestan, por infiltrarse en esta democracia para socavarla desde dentro.
No es raro pues que la izquierda llame “democrática” a una marcha fascista que pretende vetar a una candidata legalmente inscrita, saliendo a las calles para insultarla y difamarla. Pero la democracia no es la única franquicia que detenta la izquierda en estos días. También están los derechos humanos, la justicia, la memoria, la verdad, la dignidad. El ecocomunismo se ha adueñado del ambientalismo, acuñando conceptos alucinantes como “justicia climática”. El lenguaje de izquierda es un mundo delirante donde rigen normas distintas. Por ejemplo, se habla de “todos y todas”, “niños y niñas”, “ciudadanos y ciudadanas”. Además de las relamidas palabrejas como “igualitario”, “inclusivo”, “digno” y otras con que nos taladran el cerebro en cada discurso, dejándonos con náuseas.
A la izquierda no le importan los problemas del mundo real, como la falta de infraestructura, la creación de riqueza o la seguridad ciudadana; sino solo los de su virtual mundillo ideológico sociocultural. Por eso se ocupan de temas gaseosos como la discriminación, la desigualdad, la defensa de lenguas aborígenes, los derechos de grupos que consideran vulnerables. Y a los que convierten en sectores privilegiados a partir de su “discriminación positiva”, porque cuando los progres discriminan siempre es “positivo”.
El problema siempre es que el mundillo ideológico de la izquierda nunca cuadra con el mundo real. Y allí es cuando toman las armas para hacer que cuadren, porque asumen que hay “enemigos del pueblo” que conspiran. De hecho, toda izquierda es un sector no solo de alucinados, sino de desquiciados y charlatanes “sociales”.

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