CORREO: Si el contrato Dreyfus es el ícono de la corrupción del siglo XIX y los vladivideos el del siglo XX, el nombre de Odebrecht podría convertirse en el más representativo de la corrupción del siglo XXI en el Perú.
El destape de las coimas de Odebrecht, ya esta vez con destinatarios identificados, ha hecho que salte la liebre. O mejor dicho, varios que se apresuraron a poner el parche, intentando rebajar la tonalidad de la corrupción de los últimos 12 años apelando al sempiterno “argumento” de que “los fujimontesinistas robaron más”. Algo así como que robar después del fujimorato ya es, por definición, un pecado venial antes que un delito. Incluso, nada menos que el presidente de Transparencia Internacional ha pedido que el Congreso se abstenga de investigar lo que hoy es un megaescándalo de corrupción que abarca, hasta ahora, 788 millones de dólares y una docena de países en el continente americano.
¿Por qué esos intentos tan groseros de rebajar el tono y bloquear investigaciones? Ojo, no todo queda en Odebrecht. ¿Y las otras empresas brasileñas que también ganaron licitaciones de millonarias obras públicas desde el 2005? ¿Y los estudios de abogados que las asesoraron y facilitaron transacciones? ¿Algo tendrá que ver el paraguas político de Lula? Y a todo esto, ¿no habrá medios de comunicación y líneas periodísticas peruanas también metidos en esta armazón tan elaborada? La corrupción de los noventa ya se investigó hasta el hartazgo y sus ejecutores están en la cárcel. Ahora toca visibilizar la corrupción del siglo XXI y, por eso, todo intento de rebajarla es un acto de encubrimiento. Estamos recién ante el primer avistamiento de lo que puede ser un escándalo histórico y que merece una descarnada investigación, donde ni el periodismo ni el Poder Judicial, ni el Congreso salen sobrando.
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